Valga como recuerdo este video editado pocos días después de su muerte por el programa Informe Semanal.
Valga como recuerdo este video editado pocos días después de su muerte por el programa Informe Semanal.
Hoy día, cuando llega la comida, todos tenemos un nuevo invitado a la mesa, y se llama “Crisis”.
Mi amigo Antonio, el del pádel, hace escasos días me hizo reflexionar sobre las distintas formas de afrontar esta crisis desde una empresa de hostelería. También he leído sobre cómo afrontaba estas dificultades un chino y su humilde restaurante. El resumen de esto puede ser que; o sobra capital humano ante la escasez de demanda, o se revierte este capital humano en aspectos adyacentes e igualmente importantes en los resultados empresariales, como pueden ser el marketing y la búsqueda de nuevas vías de adquisición de negocio. Evidentemente esta segunda forma de proceder exige valor y sobre todo, creatividad e iniciativa.
Obviando claros ejemplos que todos conocemos a nuestro alrededor, ejemplos que incluso asoman a nuestra mesa desde la televisión, voy a comentar que mi empresa no es precisamente de las segundas. Mi empresa posee, y no temo equivocarme, un capital humano de un valor indudable, tanto en cantidad como en calidad.
Llegadas estas fechas, a la reducción lógica del turismo, sumamos ese nuevo compañero de viaje que se llama “crisis”, y estoy viendo cómo progresivamente se reduce el número de mis compañeros de trabajo. Digamos que cada día somos menos. Poco a poco desfilamos como borregos al matadero, y no existe la clase necesaria para dejar a una persona sin empleo o ‘sin legalidad’ – entiéndaseme - con el respeto que su trabajo diário merece. Esto último brilla por su ausencia más bien. Hoy día vale todo, y si puedes elegir, aunque sea comer mierda (con perdón), es un lujo “¡Lo tomas o lo dejas! ¡Ya sabes dónde está la puerta!”
¿Qué podemos hacer? ¡Para qué voy a decir nada! ¡Mientras no sea a mí!
Y cada día somos menos.
“La crisis nos afecta a todos” claro. A unos para ganar un poco menos y a otros para ganar un nuevo carné; el del paro. Si, a todos, y por igual. Ya lo veo.
“Ya te llamaremos”.
Y cada día somos menos.
Lo curioso de todo esto, es que en la mayor parte de las veces, los damnificados son quienes menos lo merecen. Entre quienes resisten el paso de la crisis, hay algunos que no merecen ni el plato que comen, pero eso no se ve, o no interesa. Interesa más el amiguismo, el peloteo, el enchufismo, la chulería y el chivateo. Por eso cuando hay poco trabajo sobra el que trabaja.
Toda esta situación, y que cada cual juzgue, me ha llevado a un texto atribuido erróneamente a Bertol Brecht para comentar temas más graves.
Aunque encontrareis diferentes versiones, dejo la mejor a mi parecer.
Primero se llevaron a los negros,
pero a mi no me importó
porque yo no lo era.
Enseguida se llevaron a los judíos,
pero a mí no me importó,
porque yo tampoco lo era.
Después detuvieron a los curas,
pero como yo no soy religioso,
tampoco me importó.
Luego apresaron a unos comunistas,
pero como yo no soy comunista,
tampoco me importó.
Ahora me llevan a mí
pero ya es tarde.
Ahora no queda nadie para protestar.
Y cada día somos menos.
¡Qué bello! Gracias Manuel por haberme llevado hasta este elocuente y profundo texto.
Abuelo, hoy estoy triste, tu lo sabes mejor que nadie porque últimamente, son muchas las veces que he alzado mi voz para hablarte donde quiera que estés. Incluso te he visitado en tu descanso. Pero ya sabes, no tienes que preocuparte, todo cambiará.
Hoy te escribo aquí para contarte que me siento atascado en mi vida, y que aunque tengo varios caminos para continuar, no consigo decidirme por ninguno de manera clara.
En estos días son muchas las veces que me acuerdo de ti. Tuve la suerte de vivir casi de todo junto a ti y eso me enorgullece, pero también me duele, y mucho, aquello por lo que tuvimos que pasar, tanto dolor, tu enfermedad, nuestro temperamento que nos trajo momentos tensos, y por qué no, nuestra fuerza y alegría que dio momentos inolvidables. Pese a que en esta casa siempre nos ha costado controlar un carácter fuerte, hemos sabido disfrutar juntos, lo que supone un recuerdo inigualable. En todos los sentidos, he vivido contigo.
En fin. Quería decirte que a ti te he querido como a nadie.
A veces me paro a recordar momentos cuando de pequeño vivía en tu casa, con mis padres. Eso fue más o menos en el tiempo en que hice la comunión, y si exceptúo que físicamente me odiaba a mi mismo - en mi opinión, gordo y con un corte de pelo con el que si yo fuera valiente ahora, le diría cuatro cosas al peluquero - fueron años bonitos y que recuerdo con cariño. No olvido la cantidad de cosas que inventaba y hacía en el patio para pasar las tardes jugando, escondiendo cosas en el trozo de tierra que quedaba para las plantas, jugando al baloncesto en los aros de los maceteros, cuando nos dábamos duchas en el patio con una manguera, ni olvido las siestas del verano y los camastros, ni el canario ciego de la Tita Patrocinio que en esa época nos visitaba, y mucho menos olvido el día en que aceptasteis que desarmara pieza a pieza, tornillo a tornillo, una radio vieja que tenías…¡qué digo vieja, viejísima!. Conseguí llenar tarros enteros de tornillos y jamás supe volver a armarla, aunque casi ni lo intenté porque me fascinaba el imán grande que tenía el altavoz. Fue un gran descubrimiento.
También hay días menos gratos. Recuerdo por ejemplo uno en que tú te hiciste una herida, creo que en el campo, y fuiste a que te curaran. Mientras tanto mi madre cayó por la escalera del patio –afortunadamente solo fue el golpe- y finalmente mi padre llegó con un accidente de trabajo en la muñeca. Y yo en medio de todo, cogiendo del suelo a una, abriéndole la puerta a otro, sorprendidísimo de ver como en un par de horas el mundo se conjuraba contra mi familia. Son momentos curiosos estos en que vemos que todo va mal. Yo pienso que al menos ayudan a disfrutar y saborear los buenos ratos.
Me veo jugando a “la lima” en el terreno de enfrente de tu casa. Lo reservábamos para días después de lluvia. Y también la colección de coches en miniatura que tenía. Era grande y había de todos los tipos y modelos, el coche de policía, el camión de bomberos, el deportivo, muchos modelos comunes, camiones también y ‘grandes miniaturas’ de máquinas de construcción como una pala excavadora o una máquina de esas que se ven en las obras de carreteras y sirven para allanar el terreno; niveladora creo que se llama. Lentamente me fueron desapareciendo. Yo sé de algún cabrón que todavía tiene que tener alguno de esos coches en su casa. A mí con los años no me ha quedado ni la muestra.
Recuerdo cuando nos mudamos a casa de mi abuela Lola. Yo nunca terminé de irme porque ya sabes que al cabo de unos años volví para dormir con vosotros. - Hacía falta alguien para cuidaros si pasaba algo- decían. No me arrepiento, pero he de reconocer que todo lo que vino después fue duro y a mi me pilló aun siendo joven. Me sentía como desplazado.
En esos días comía con vosotros, recuerdo que en esa época eras tu quién cocinaba, y recuerdo más vivamente como te esmerabas en que me gustara la comida, y disfrutabas especialmente con ese guiso de carne tan rico que aprendiste a hacer. Te brillaban los ojos cuando me veías apurar el plato y te decía que me gustaba.
Entretanto contigo seguía haciendo cosas, y no siendo siquiera adolescente fuiste el primero en llevarme al campo, también a la aceituna para que te echara una mano –poca cosa, porque además de joven, para ser la primera vez ni siquiera te paraste a explicarme nada y luego tuve que esperar muchos años para empezar a aprender algo-, a buscar espárragos, y a todas esas cosillas. En todas estas escenas siempre estaba presente tu coche. ¡Qué coche! Hay que ver lo que son las cosas, si pudiera tenerlo ahora sería una joya. Era un SEAT 850 especial, verde, que si los cálculos no me fallan debería tener unos 40 años en la época en que dejaste de conducir, muchos años después. Me contaste que fue comprado antes de que mi padre estuviera novio, ¡y de segunda mano! Increíble.
Es grato recordar las tardes de sol sentados a la sombra de esos árboles junto a la casa, en los bancos verdes. La abuela se sacaba un cojín de casa ¿recuerdas? Hablábamos de casi todo, pero lo mejor era cuando me hablabais de otros tiempos. Cosas que habían pasado y cambios acontecidos en el paisaje de este pueblo. Era genial. Como un viaje en el tiempo.
Te motivaste especialmente con aquel trabajo mío en primero de carrera. Tenía que hacer una historia de vida, similar al tema de la película Tomates Verdes Fritos. Como no, mi historia sería la tuya. Entonces nos sentábamos en el salón, y mientras simulabas ver la tele empezabas a contarme las cosas que habías vivido, y el recuerdo que guardabas de tu propia vida. Al principio era rápido. Una tarde parecía bastar. Y yo tomaba nota. Pero yo estaba contigo cada tarde y siempre había algo que añadir, o algo que retocar. Lo que ocurre con la memoria después de mucho tiempo, que es caprichosa y no siempre se rinde al primer cortejo. Así, con esos recuerdos tuve que hacer el puzle de tu vida, y de varias piezas separadas lograba forjar una historia aproximada a lo que seguramente sucedió en esos tus pasos por este mundo. Tus trabajos y los camiones que conducías, como empezaste a ganar tu primer dinero, de cómo en un camino cortejaste a la abuela, la construcción de tu casa, la muerte del Tito Gonzalo y los fascinantes relatos de la guerra civil, donde la dura realidad del miedo rebosaba en mis oídos, dándome cuenta por entonces, al menos así lo asumo ahora, que la guerra no es valor sino miedo, controlado o incontrolado, pero miedo, puro miedo.
Muchas son las veces que nos enfadamos. Éramos y somos parecidos en carácter. Recuerdo con rabia como te empecinaste en que el árbol de la esquina dañaba el tejado, y hasta que el ayuntamiento lo cortó no cejaste en las protestas. Me decepcionaste un poco al darle el coche a un chatarrero. No creo que fuera el mejor final para ese coche, pero es que además, yo había forjado ilusiones y le imaginaba un mejor futuro. Con mucho gusto el coche habría sido para mí si hubieras querido. Y con mucha pena te recuerdo llorar en la muerte de la abuela.
Después vino tu enfermedad. Esa que nunca supiste que terminaría contigo. Dolores para ti, sufrimiento para todos. Siempre creíste que el problema pasaría. Eso supongo que te daba mucha fuerza. Bueno, eso y que comías como un campeón, porque yo veía que nunca podía comer más que tu, era un imposible, incluso llegué a celebrar con los amigos una Nochebuena en la que llegamos a comer igual. ¡Qué cosas!
Así la enfermedad se fue alargando y te fue consumiendo las fuerzas poquito a poco, haciéndonos pasar con ello días difíciles. No se me olvida, muy al final ya, cuando te acompañé a la puerta de la calle a ver lo avanzada que estaba la construcción de la casa que han hecho enfrente, en ese terreno donde yo jugaba a “la lima” y con los coches de pequeño. Te costaba caminar y llevabas muchos días sin ver la calle, solo a través de la ventana, a través de sus cristales. Tú no te podías ver, pero tu cara era sorpresa, tus ojos ilusión. Para mí era emocionante.
Hoy abuelo, ha pasado ya mucho tiempo, pero ya ves que no te separas de mí ni un momento. Yo no lo permitiría. Han pasado muchas cosas que te hubiera gustado ver y que si en algo ayudo, a través de mis ojos han estado cerca de ti y tu recuerdo. Ya sabes por ejemplo que la Selección de futbol al fin ganó algo y que más allá de la alegría general, yo estaba triste por todos los años que estuviste esperando otro momento así. Me alegraba cuando imaginaba el gesto risueño que habrías tenido. Ya sabes que eras muy pasional con el futbol. Sólo tienes que recordar cuando subías a ver el equipo del pueblo. Pasabas de sentarte y te dedicabas a subir y bajar la banda con tu bastón amenazante, a veces crispado y dándole la tarde al juez de línea de turno. En realidad no había peligro, sólo era pasión.
Me voy a despedir por hoy. Necesitaba estar un rato contigo y contarte. Con esta amalgama de sensaciones, de alegría y de tristeza, te reitero que me acuerdo mucho de ti. Que te cuides si estás en alguna parte. En mi corazón ya te cuido yo. Que me cuides si puedes hacer algo, hoy que estoy un poco más bajo de ánimo. Pero no te preocupes. Otro día vuelvo y te cuento alguna alegría.
Abuelo, un beso.