"In me omnis spes mihi est" (Terencio).

22 de noviembre de 2008

UNA TARDE DE DOMINGO

Con el sol calentando nuestra espalda. Así comenzamos el camino. Sol caliente de Noviembre, cegador y luminoso, que supone un agradable abrigo con el que avanzar por la antigua ruta nazarí. Las últimas casas van quedando a ambos lados, mientras el camino se va presentando sin prisa, y mansamente nos envuelve con las redes de su encanto, y nos embriagamos de tibieza y luz. Es la hora de la siesta y el campo permanece sereno y tranquilo. Ni tan siquiera el viento osa interrumpir.

Tras un pequeño alto en el camino, se pueden disfrutar bonitas vistas que, pasando por Rus, Canena y su Castillo, alcanzan hasta Sierra Morena, altiva y orgullosa. Es entonces cuando el camino deja de ser cualquier camino para convertirse en él mismo. Un camino más bello de lo habitual, con un verdor inusual en algunos momentos, salpicado de árboles, plantas y piedras que le dan un aire profundo y húmedo. Su gran virtud es que logra hacernos olvidar que nos encontramos atravesando un mar de olivos en muchos instantes, y eso, es mucho decir. Posee tramos que parecen adoptados de otras tierras, más lluviosas y con otra flora, y no del sur, árido y seco, con el olivar eterno en la retina.


Pronto, el camino quiebra su paisaje natural para guiarnos por bellos e inesperados parajes. Muros de piedra cubiertos ya de verde musgo, junto a encinas, álamos y moreras entre otros, que van decorando y acompañando nuestros pasos dibujando por momentos una frondosidad de belleza particular. Aun así, no todo lo bello es verde. El otoño ha depositado las hojas en el suelo, teñido de ocre y cobre muchos árboles y puesto banda sonora a nuestros pasos con el característico crepitar de las hojas pisadas.


Son estos tramos del camino, llenos de vegetación y plenitud, los más agradables y bellos.


Qué gran placer ese de no tener prisa por nada, dar un buen paseo, y disfrutar la buena conversación en compañía. Las cosas sencillas son las mejores.

Pero el camino discurre presto y progresivamente nos devuelve a la realidad de los olivares, ahora pesados de aceituna casi madura. Aceitunas que bien aliñadas podrían ser manjar de nuestra mesa.


Ocurre esto un poco antes de que el camino desemboque ante la cima de una colina que llaneábamos previamente, y que perfectamente podría ser, y valga el símil marinero, una de las orillas de la Loma de Úbeda. Y digo esto porque ante nuestros ojos todo es valle. Montes al fondo. A la izquierda, de nuevo aparece Sierra Morena, algo más brumosa y menos altiva. Y en tanto que a la espalda dejamos Sierra Mágina agreste, por la derecha comienzan a insinuarse las primeras estribaciones de la Sierra de Cazorla. Una suerte disfrutar estas panorámicas.


A la falda de la colina, mirando al valle como quién observa el mar se encuentra el pueblo. Se llega a través de un cruce de caminos que se toma a la izquierda en pendiente hacia abajo. En el horizonte se dibujan otras poblaciones, casi siempre coronando colinas, también casas solariegas y cortijos – habitados y abandonados - con un encanto hipnótico a mis ojos de paseante.


En la bajada pronunciada, el cuerpo se deja llevar y la conversación borbotea de un tema a otro.


Mientras, la sombra de la tarde nos va cubriendo con su manto frio, el Sol va perdiendo su fuerza y comienza a retirarse por hoy.


El pueblo se divisa desde arriba, pero no es hasta las proximidades cuando regala una bella estampa dibujada por la aparición de la iglesia en medio del camino. El tejado claro con su pequeño campanario, anuncia ya la presencia viva de la población y sus gentes.


Sus calles y callejones, menudos y sencillos, denotan unos arreglos recientes. ¡Cuántas fuentes! Se ve que esta tierra es todo caudal subterráneo, solo hay que ver los pueblos de alrededor. Una de esas fuentes, junto a la iglesia, es del Siglo XIII, al igual que el Torreón. Restos de un pasado cargado de historia.


El pueblo se llena de encanto y se prende en nuestras sensaciones para forjar una imagen magnéticamente entrañable para la memoria.

Por entonces, la merma de luz ya nos anuncia que debemos regresar. Una vez finalizada la primera pendiente arriba, el Sol, que aún permanece escondido tras los montes, y sus últimos destellos, dibujan reflejos rojizos y dorados que tiñen el firmamento en un bonito atardecer, que hay que añadir a las virtudes del camino, y perfilan las últimas estampas de una bonita tarde de domingo.

Este paseo comienza en La Yedra, junto a la carretera nacional N-322, a la altura de La Ermita (un poquito más arriba y en frente de ella) y discurre hasta la Localidad de El Mármol, para luego regresar.

3 comentarios:

  1. Muy buenas fotos acompañadas de una prosa muy evocadora.

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  2. Deseando estamos de hacer esta ruta, a ver si pudiera ser pronto.

    Bonito texto.

    Saludos

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  3. Pasear conversando, uno de los grandes placeres de la vida. ahora el colesterol nos está ayudando a recuperarlo.
    Yo me apunto.

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