"In me omnis spes mihi est" (Terencio).

11 de diciembre de 2008

INDAGACIONES II


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Horacio Acevedo, “el portugués”, tiene una nariz aguileña que se yergue prominente sobre los labios encarnados y vivos, estilete de su cara y su piel morena, quemada y gastada por los años y el sol, quemada por las horas lentas que no terminan de pasar en su vejez. Esas horas que siempre vio pasar con ojos verdes, de agua, casi transparentes y entristecidos, ojos nobles llenos de imágenes que conservar y recuerdos para ahuyentar, esas horas digo, que ahora permanecen más estancadas que nunca.
La barba blanca que había empezado a poblar la barbilla en los días de mar embravecida oculta su delgadez, acentúa una nuez prominente y varonil que parece querer escapar de su cuerpo, al igual que el pelo color ceniza, corto y desaliñado, imposible de domar, como el mar ominoso y cruel al que había dedicado su vida hasta que, sin aviso, le robó la barca y su futuro para postrarlo abúlicamente sobre la arena de la playa.
Horacio Acevedo, “el portugués”, con el sabor de la sal en la boca, su camisa clara y el pantalón corto, raído, permanece varado mientras contempla el mar sin rencor. Sueña con otra oportunidad para sus largas y firmes manos. Sueña con otro golpe de fortuna que lo devuelva al mar.

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